martes, 11 de marzo de 2014

Hábitat

Sólo había una manera de parir este blog: publicando un relato de Hábitat. El mismo relato que leí el día de la presentación, viernes 7 de marzo. Mis más sinceros agradecimientos a Ediciones Atlantis por apostar por Hábitat, a la Fundación Antonio Gala por acoger el acto y por haberme otorgado aquella beca hace cuatro años, a todos los que asistieron a la presentación y a otros muchos ausentes.

                                                  (Manuel Baraja, Salvador Blanco y Antonio Morales)

¿Qué relación hay entre un enfermo de tuberculosis, un joven encerrado en su habitación y un extraño reality de una sociedad futura? El hábitat. La RAE define Hábitat como «el lugar de condiciones apropiadas para que viva un organismo, especie o comunidad animal o vegetal». ¿Cuáles serán esas condiciones apropiadas en una sociedad donde castigan a las personas por hablar de futuro? ¿Y cuáles para conocer de cerca y sentir la muerte, el miedo o la soledad? La tecnología, las leyes, las decisiones personales, el paso del tiempo, los mass media, el invierno… El espacio como influencia.
                                  
            “Hábitat” es un libro que trata sobre espacios físicos y mentales: una ciudad sepultada por la nieve, un hombre que gana la lotería, un joven cooperante; espacios físicos y emocionales: el conflicto generacional entre unos padres y su hijo, una joven poetisa, túneles laberínticos, aldeas, antenas para móviles de última generación. ¿Cómo serán esos individuos?

            Once relatos sobre cómo el espacio nos define, nos envuelve y nos hace suyos; cómo nos obliga a sentir, a pensar y a decidir ciertos caminos y cómo nos conduce al borde de un precipicio. Y en la oscuridad de ese abismo, el invisible conflicto interior del ser humano.
Sin más acercamientos un relato del libro:





Pájaros negros en una antena para móviles de última

generación





Hace unos meses instalaron una enorme antena para móviles de última generación en la azotea del edificio de enfrente. Supongo que ahora no existirá un lugar en el barrio donde no pueda conectarme con el mundo cuando yo quiera. Pero hay algo en esa antena, algo que me atrae y me arrastra a pegar la nariz a la ventana.
Ambos edificios están separados por la avenida Diputación. Mi edificio tiene una planta más. Yo vivo en el penúltimo piso y hay una visión recta de la azotea, como si estuviese mirando a alguien, de igual estatura, a los ojos.
         Creo que es la primera vez que descubro una antena para móviles en una azotea funcional. Es una imagen extraña: ver la sobrecogedora estructura de la antena con sus brazos metálicos, gruesos en la base y afilados en los vértices apuntando al cielo, como un arma cósmica, rodeada por sábanas de todos los tamaños y colores, ondulándose con el viento, entre calzoncillos y bragas, estampados, lisos, ridículos jerséis, toallas… Es una imagen extraña: ver a una mujer de unos cincuenta años con su barreño amarillo recoger la ropa seca mientras a su espalda está esa mazorca gigante de metal, como un androide que la protege. 
         Andrea se marchó hace unos meses, desde entonces vivo solo.
       Pero lo que realmente me atrae de la antena para móviles de última generación son los pájaros que se posan en sus ramas artificiales; medianos como una paloma pero más esbeltos, negros y con el pico afilado. Parecen cuervos pero no son cuervos. Parecen grajos pero no son grajos. Tampoco son… No los he visto en ningún otro lugar. Aunque quizás sólo busco lo dramático.
        Aún no estoy muy seguro, pero juraría que los pájaros negros pasan la mayor parte del tiempo detenidos en las ramas de la antena. Casi no se mueven. Y diría, no a ciencia cierta, que apenas buscan comida, como si se resistieran a volar; no quieren perder la posición privilegiada que han conseguido, o porque el húmedo frío de las ramas metálicas les recuerda la aspereza de las ramas de los bosques de antaño. No estoy seguro. Lo único que sé es que la antena para móviles de última generación siempre está custodiada por un ejército de pájaros negros. Es su fortaleza, su iglesia, su mausoleo.
         Es hermoso comprobar a través de la ventana de mi habitación cómo se desea tanto una cosa. Todos esos pájaros negros aferrados a algo que se considera ilógico, antinatural. Por la noche imagino a los pájaros negros en la oscuridad de la avenida mientras mantengo mi habitación con la luz apagada. Palpo el cristal frío de la ventana y miro la azotea. Cuando me levanto es lo primero que busco, pero a la hora que sea allí están todos los pájaros como espinas o frutos negros perennes.
       Todos los días me propongo subir a la azotea del edificio de enfrente, pero siempre ocurre un incidente que me lo impide. Mañana será otro día. Algún día subiré y me sentaré en el suelo para observar a los pájaros negros en la antena para móviles de última generación, de cerca.
         A lo mejor decido quedarme en una rama junto a ellos. Aferrado, seguro, junto a ellos.



Salvador Blanco Luque
Hábitat; Ediciones Atlantis, 2014
ISBN: 978-84-941748-1-0









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